Lisboa no se descubre, se vive. La capital portuguesa, segunda más antigua de Europa, no solo impresiona por sus monumentos ni por su vibrante vida cultural, sino por su luz única, esa que tiñe los azulejos, se refleja en el Tajo y envuelve cada rincón de sus barrios. En este articulo te llevamos por un recorrido de 72 horas por Lisboa: luz, historia y arte en la ciudad blanca en un carrete de 36 fotografías llenas de experiencias inolvidables, con propuestas que equilibran historia, arquitectura, arte contemporáneo, tradición culinaria y nuevas tendencias. Prepárate para enamorarte de Lisboa.

Entre plazas, historia y vistas
Comenzaremos nuestra travesía con un paseo por la Baixa, el corazón neoclásico de Lisboa. Tras el devastador terremoto de 1755, esta zona fue reconstruida por el Marqués de Pombal con un trazado racional y elegante. Pasearemos por la Praça do Comércio, abierta al río, una de las más majestuosas del mundo.

Praça do Comércio: el salón de la ciudad frente al Tajo
Hay plazas que ordenan el tráfico, y otras que organizan la memoria. La Praça do Comércio, también conocida como Terreiro do Paço, es el gran salón urbano de Lisboa: abierta al río, abrazada por arcadas amarillas, y vigilada por la historia. Es aquí donde la ciudad se presenta con solemnidad y belleza.
Durante siglos, este fue el lugar donde se alzaba el Palacio Real de Ribeira, hasta que el terremoto de 1755 lo convirtió en escombros. Pero Lisboa, fiel a su espíritu resiliente, se reconstruyó con elegancia. El Marqués de Pombal diseñó una plaza en forma de “U”, con edificios porticados que hoy acogen cafés, museos, y oficinas estatales.
En el centro, la estatua ecuestre del rey José I mira hacia el Tajo, montado sobre un caballo que aplasta serpientes: metáfora de renacimiento tras el desastre. Detrás, se alza el imponente Arco Triunfal da Rua Augusta, coronado por esculturas de Vasco da Gama, Viriato, Nuno Álvares Pereira y el propio Pombal, junto a figuras alegóricas del Genio, el Valor y la Gloria.
Aquí llegaron embajadores, partieron barcos hacia la India, y se celebraron revoluciones y despedidas. La plaza fue testigo del regicidio de 1908, del clamor popular durante la Revolución de los Claveles de 1974, y hoy acoge conciertos, fuegos artificiales y ferias gastronómicas.

Haremos una breve parada en Martinho da Arcada, el café más antiguo de la ciudad, frecuentado por Fernando Pessoa, donde contemplaba el ir y venir de la ciudad. Continuamos hacia el Arco del Triunfo de Rua Augusta para subir a su mirador. La vista de Lisboa desde aquí es inolvidable: tejados rojos, tranvías zigzagueando y el crisol arquitectónico que mezcla influencias góticas, manuelinas y modernistas.

El Arco del Triunfo de Rua Augusta: mirada elevada sobre Lisboa
En el corazón de la Baixa, donde las calles convergen hacia la luz del Tajo, se erige el Arco del Triunfo de Rua Augusta como puerta ceremonial de Lisboa y símbolo de su renacimiento. Tras el devastador terremoto de 1755, el arco fue concebido para conmemorar la reconstrucción de la ciudad y la fuerza de sus gentes. Su finalización en 1875 marcó el cierre de un ciclo, pero también abrió la mirada hacia el futuro.

Desde abajo, sus esculturas majestuosas parecen custodiar siglos de historia: Vasco da Gama guiando descubrimientos, Nuno Álvares Pereira representando la valentía, y el Marqués de Pombal como arquitecto de la Lisboa moderna. Sobre ellos, la Gloria alza su mirada, mientras una inscripción en latín recuerda: “Las virtudes de los mayores, que sirvan de enseñanza para todos.”

El mirador: Lisboa desplegada
Subir al mirador panorámico del Arco es dejar que la ciudad se revele: desde las columnas de la Praça do Comércio hasta la Sé de Lisboa y el Castillo de San Jorge, la vista de 360° abraza tejados rojos, fachadas de azulejo y las aguas quietas del Tajo. Es una experiencia breve —un ascensor seguido por una escalera en caracol— pero inolvidable: Lisboa desde su corona de piedra.

La Sala do Relógio, antes de alcanzar el mirador, ofrece una exposición que narra la evolución arquitectónica del arco y su contexto histórico, ideal para comprender la dimensión simbólica de la estructura.
El bacalao como memoria: entre redes, recetas y mares lejanos
Centro de Interpretación de la Historia del Bacalao, un homenaje a este ingrediente que es alma y símbolo de Portugal. Aquí descubriremos cómo el bacalao cruzó los mares, cómo se convirtió en emblema y cómo sigue inspirando recetas, cultura y memorias.

En una ciudad donde cada plato cuenta una historia, el bacalao es mucho más que un ingrediente: es una epopeya salada, un puente entre Lisboa y las aguas del Atlántico Norte. El Centro de Interpretación de la Historia del Bacalao, ubicado en el Torreão Nascente de la majestuosa Praça do Comércio, ofrece un recorrido sensorial que une gastronomía, historia y emoción.
Lisboa con sabor a Terranova
Entrar al museo es embarcarse en la travesía de los pescadores portugueses que, durante siglos, navegaron hacia Terranova y Groenlandia en busca del “fiel amigo”. Las salas interactivas recrean la vida en los lugres bacalhoeiros, con testimonios, escenas sonoras y proyecciones envolventes.

La historia de la Frota Branca —barcos pintados de blanco durante la Segunda Guerra Mundial para evitar ataques— añade un tono épico a esta aventura marinera. El visitante también descubre cómo el bacalao fue convertido en símbolo nacional por la propaganda del Estado Novo, y cómo su relevancia resiste frente a los retos actuales de sostenibilidad.
Tradición que se sirve a diario
El recorrido finaliza en una sala dedicada a las recetas y variedades del bacalao, donde el visitante puede explorar:
- Bacalhau à Brás: desmigado, con huevo y patata frita.
- À Gomes de Sá: con cebolla, huevo y aceitunas.
- Com natas: cremoso, al horno, gratinado.
- Com vinho do Porto: versión festiva y sabrosa.
La proyección culinaria incluye una Enciclopedia del Bacalao y reflexiones sobre cómo este pez sigue siendo el protagonista en miles de hogares portugueses.

Tienda que huele a mar
En la tienda del museo, el visitante puede llevarse:
- Bacalao seco y fresco importado de Islandia y Noruega.
- Conservas, sal marina, aceites aromáticos y especias.
- Libros temáticos y productos de diseño gastronómico.
- Sorpresas divertidas como sardinas de chocolate o bacalaos de tela.

La visita el Centro de Interpretación de la Historia del Bacalao, un homenaje a este ingrediente que es alma y símbolo de Portugal. Explora cómo el bacalao cruzó los mares, cómo se convirtió en emblema y cómo sigue inspirando recetas, cultura y memorias.
El Tajo en movimiento: Lisboa que se desliza sobre el agua
Para finalizar el día nos deleitaremos con un paseo en barco tradicional desde la Praça do Comércio. El reflejo del sol sobre el agua, el perfil de la ciudad desde el río, y el ritmo pausado del viaje ofrecen otra perspectiva de Lisboa.

Cuando el sol comienza a declinar, y las columnas de mármol de la Praça do Comércio se tiñen de oro viejo, es el momento de embarcar. Las aguas del río Tajo, tan serenas como sabias, se convierten en vía de descubrimiento. Aquí comienza “El Tajo en movimiento”, un paseo fluvial en barco tradicional que no solo navega: interpreta la ciudad desde su orilla más antigua.

Desde la cubierta, Lisboa se transforma. El Puente 25 de Abril se alza como un trazo rojo en el cielo, el Cristo Rey abre los brazos hacia la ciudad, y el perfil urbano se curva en reflejos. A lo lejos, el MAAT, el Padrão dos Descobrimentos y la silueta soñada de la Torre de Belém emergen como capítulos de un libro ilustrado.

A medida que el barco avanza, el viajero deja atrás el bullicio de la Baixa y entra en el silencio contemplativo de Belém. Si Lisboa comienza en plazas que ordenan la memoria, en Belém la memoria se vuelve épica.

La llegada fluvial al muelle cercano a la Torre de Belém es casi cinematográfica. El monumento manuelino aparece como un vigía tallado en piedra, saludando al viajero como haría con los navegantes hace cinco siglos.

Es el momento de descender y continuar la ruta a pie por el barrio de los descubrimientos, donde cada calle recuerda la era dorada de Portugal. Porque Lisboa, vista desde el Tajo, revela su perfil más íntimo: el que se acaricia con la brisa.
El Museo del Tesoro Real: donde la monarquía brilla en silencio
Tomaremos el icónico tranvía 18 hasta el barrio de Ajuda, y sentiremos cómo el traqueteo te introduce en otro ritmo. Visitaremos el Museo del Tesoro Real, donde las joyas, insignias y objetos ceremoniales narran la opulencia de la monarquía portuguesa.

Hay lugares donde el tiempo se guarda en vitrinas y el poder se mide en quilates. El Museo del Tesoro Real, ubicado en la bóveda monumental del Palacio Nacional de Ajuda, invita al viajero a descubrir el universo de riqueza simbólica, diplomática y estética que acompañó a la corona portuguesa durante siglos. Bajo una puerta de acero de cinco toneladas, más de 1.000 piezas relatan la historia dorada de un país que fue imperio.

Joyas que narran poder y memoria
En esta caja fuerte cultural, cada vitrina revela un capítulo brillante: la Corona Real de Portugal, elaborada en oro y piedras preciosas; el cetro y el manto ceremonial bordado en hilo de oro; la tiara de María II, con cinco zafiros y más de 1.400 diamantes; y el exquisito cordón de esmeraldas de Mariana Victoria de Borbón.

Las pepitas de oro y diamantes en bruto de Brasil, extraídas durante la época colonial, evocan el poder económico de la monarquía. Las monedas y medallas muestran cómo la propaganda se acuñaba en metal noble.
No faltan las condecoraciones de las Tres Órdenes Militares (Cristo, Avis y Santiago) y objetos singulares como las rosas de oro papales o la caja de tabaco encargada por José I al orfebre de Luis XV de Francia —una joya diplomática sin igual.

En la sala de platería, brilla con luz propia la vajilla Germain, encargada tras el terremoto de 1755, única en el mundo por su tamaño y conservación. Y en la Capilla Real, los relicarios y cálices revelan la dimensión espiritual del poder.

Finalmente, los objetos que acompañaron a la familia real en su exilio a Brasil, durante las invasiones napoleónicas, narran un capítulo de resistencia y adaptación, donde la elegancia se mantuvo intacta incluso en el destierro.
Fábrica Lx: el pulso creativo de Lisboa

Lisboa no solo conserva, también crea. En el barrio de Alcântara, bajo la silueta del Puente 25 de Abril, una antigua fábrica textil ha renacido como epicentro cultural. La Fábrica Lx —más conocida como LX Factory— es donde el grafiti dialoga con la arquitectura industrial, los lectores habitan librerías infinitas, y los sabores bailan entre lo tradicional y lo experimental.

Fundada como espacio creativo en 2008, esta antigua Companhia de Fiação e Tecidos Lisbonense de 1846 se transformó en una comuna artística de más de 50 locales que mezclan diseño, gastronomía, arte, moda, coworking y música. Su atmósfera “industrial chic” rebosa energía visual: muros de ladrillo, estructuras metálicas, azulejos urbanos y neones provocadores.

Lo creativo se respira
- En la Librería Ler Devagar, una escultura flotante de bicicleta sobrevuela estanterías que se pierden en lo alto. Lectores toman café junto a impresoras antiguas y se sumergen en arte editorial.

- Las galerías contemporáneas ofrecen exposiciones temporales, instalaciones provocativas y talleres creativos abiertos al público.

- Las tiendas de moda alternativa, decoración reciclada y diseño gráfico muestran la Lisboa emergente, donde cada objeto parece contar una historia.
Lisboa que se pinta a sí misma: los murales de Almada Negreiros
Entre el rumor de las olas y el eco de las despedidas, Lisboa ha encontrado una forma única de narrarse: en los muros de sus estaciones marítimas. En Alcântara y Rocha do Conde de Óbidos, dos terminales fluviales de estilo modernista, el genio de José de Almada Negreiros transforma la espera en contemplación. Pintados entre 1943 y 1949, sus murales son un homenaje vibrante a la ciudad popular, portuaria y festiva.

Almada, cronista visual de Lisboa
En la estación de Alcântara, el viajero se encuentra con el tríptico “Quem não viu Lisboa não viu coisa boa”, una escena portuaria donde mujeres carvoeiras cargan carbón, niños juegan entre barcos y la ciudad se asoma desde el Castillo de San Jorge. El panel “Ó terra onde eu nasci” recrea una romería dominical, mientras “Lá vem a Nau Catrineta”, inspirado en Almeida Garrett, combina épica y modernidad.

A solo 800 metros, la estación de Rocha do Conde de Óbidos ofrece murales con varinas africanas, saltimbanquis, leyendas como D. Fuas Roupinho y escenas pesqueras. Las figuras, de trazos geométricos y colores cálidos, muestran la influencia cubista de Almada y su profunda conexión con la gente llana.

Lo que une ambas estaciones no es solo la mirada artística, sino la emoción de ver una Lisboa que se representa a sí misma, lejos de la propaganda, con humanidad y belleza.
Centro Interpretativo
En la estación de Alcântara se encuentra el Centro de Interpretación de los Murales de Almada, que ofrece documentos originales, testimonios, experiencias digitales y transporte gratuito entre ambas terminales. Ideal para comprender la dimensión estética e histórica de estas obras.

Lisboa, en estos muros, deja de ser postal y se convierte en relato. Almada Negreiros pintó lo que vio y lo que sintió, con trazos que aún hoy susurran historias a quienes se detienen a mirar. Porque hay ciudades que se leen en libros, y otras que se leen en sus paredes. Lisboa es la segunda.
José de Almada Negreiros: modernidad, provocación y Lisboa en trazos
Lisboa no sería la misma sin su mirada. José de Almada Negreiros fue mucho más que un pintor: fue poeta, ensayista, escenógrafo, bailarín, visionario y provocador. Nacido en Santo Tomé y Príncipe en 1893, su vida y obra encarnan el salto de Portugal hacia la modernidad artística y cultural del siglo XX.

Desde sus colaboraciones con Fernando Pessoa en la revista Orpheu, hasta sus murales en las estaciones marítimas de Alcântara y Rocha do Conde de Óbidos, Almada dejó una obra plural, geométrica y profundamente humana. Pintó la Lisboa que trabajaba, la que partía, la que celebraba. Y lo hizo con trazos cubistas, con color cálido y con una clara voluntad de crear un arte popular pero sofisticado.

A pesar de vivir en tiempos autoritarios, Almada eligió representar la vida periférica, los pescadores, los vendedores, los saltimbanquis. En sus murales no hay propaganda, hay amor. En sus textos no hay conformismo, hay crítica. El célebre Manifesto Anti-Dantas de 1915 lo retrata como un artista que no temía la irreverencia ni el pensamiento libre.
Vivió en Madrid y París, escribió ensayos y novelas como Nome de Guerra, bailó en escenarios experimentales y diseñó tipografías y vidrieras. Decoró iglesias, universidades, cafés y hasta la Fundación Gulbenkian. Su legado sigue vivo en cada muro que decidió transformar en espejo social.
Es visita obligada las estaciones marítimas de Alcântara y Rocha do Conde de Óbidos para explorar los murales del genial Almada Negreiros, pionero del arte moderno portugués. Estos frescos narran viajes y travesías, como un espejo del alma lisboeta.
Lisboa, ciudad de luz y memoria
Lisboa es más que una ciudad: es una experiencia sensorial, una mezcla de sonidos, sabores y encuentros que deja huella. En 72 horas, tenemos la oportunidad de recorrer siglos de historia, experimentando lo clásico y lo contemporáneo, lo que nos permite adentrarnos en la narrativa de una ciudad que nunca se repite. Desde la poesía de sus fachadas hasta el murmullo del Tajo, Lisboa vive en cada uno de sus visitantes.
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